Por
Félix R. Guerrero - Cruzando
el
umbral
de
la
fe,
el
postrer
gemido
agónico
de
Jesús
Cristo,
inmolado
de
la
fe
cristiana,
pero
también
mártir
de
la
lucha
contra
el
poder
imperial,
aun
resuena
desde
el
Gólgota
hasta
cualquier
confín
de
planeta
Tierra
donde
cualquier
poder
imperialista
cobra
tributo
de
sufrimiento
y
muerte
en
nombre
del
poder
y
la
ambición,
hoy,
a
casi
2.000
años
de
aquella
dictadura
militar
de
los
romanos.
“El
anuncio de Jesús sobre la inminencia del Reino de Dios debía
necesariamente chocar con el reino establecido y dominante, el
imperio romano. Este enfrentamiento queda, en los evangelios, en las
sombras. Una primera lectura nos pone siempre en el enfrentamiento
que Jesús tiene con el templo, con los escribas, con los fariseos,
con los sacerdotes y los herodianos. Incluso da la impresión, en las
narraciones sobre la pasión y muerte de Jesús, que el imperio es
exculpado, pues Pilato intenta inútilmente dejarlo libre.”
RUBEN
DRI, teólogo
“Podríamos
decir
que
la
narrativa
sobre
el
proceso
y
muerte
de
Jesús
como
ha
llegado
a
nosotros
se
configuró
como
resultado
del
ataque
romano
a
Jerusalén
en
el
año
70.
La
consecuencia
de
este
embate
fue
una
tirantez
creciente
entre
la
sinagoga
y
las
comunidades
cristianas.
Este
clima
de
tensión
exigió
una
reivindicación
escrita
que
se
plasmó
en
los
Evangelios.
Esta
literatura,
que
asumió
con
urgencia
el
relato
biográfico
de
Jesús,
estaba
destinada
a
proyectar
el
conflicto
con
la
sinagoga
a
la
época
fundacional
cristiana.
Sin
embargo,
los
Evangelios
varían
en
sus
posturas
respecto
a
la
Ley
y
al
rol
mesiánico
de
Jesús,
lo
cual
nos
lleva
a
observar
fuertes
diferencias
entre
las
iglesias.
Es
fundamentalmente
en
los
relatos
de
la
pasión,
muerte
y
resurrección
donde
se
plasma
de
forma
evidente
la
inclinación
social,
política
y
por
ende
doctrinal
de
cada
asamblea”.
Desde
que
la
Iglesia
cristiana
fundada
por
el
pescador
Pedro
en
Roma,
capital
del
imperialismo
de
aquellos
tiempos
aporto
eficazmente
a
la
“cultura
occidental
y
cristiana”.
A
título de ejemplo, tomaremos en consideración un punto crucial para
la formación no sólo de la civilización que aún hoy definimos
como “occidental”, sino también para la definición del ámbito
cultural-geográfico definido como “Europa”. Se trata de los
siglos comprendidos entre el final del mundo antiguo y la Alta Edad
Media, en concreto, los siglos VI-VIII, en los cuales y gracias sobre
todo a la iniciativa de la Iglesia de Roma, se configuró una primera
unidad cultural y política del Occidente.
La
más
poderosa
red
de
poder
del
planeta,
en
la
que
se
amalgamó
la
política
colonialista-esclavista
europea,
el
“descubrimiento”
de
America
y
la
Revolución
industrial,
constituyeron
la
trágica
sucesión
de
genocidios,
esclavitud,
sometimiento,
destrucción
de
todas
las
formas
de
vida
y
medio
ambiente.
La
Iglesia
de
Dios
convertida
en
instrumento
de
dominación,
se
va
sumando
a
la
pasión
del
MESIAS,
pasión
que
ciertamente
no
concluyó
con
su
crucifixión.
El
pueblo
de
Dios
de
esta
parte
del
mundo,
también
aporta
a
la
desazón
y
pasión
del
Salvador.
Todos
los
años,
al
conmemorarse
la
fecha
del
asesinato
de
Cristo,
se
congrega
en
torno
a
una
roca
que
vagamente
recuerda
la
fisonomía
de
más
difundido
icono
de
su
rostro,
prende
una
vela
y
luego,
sin
pena
ni
conmiseración,
recorre
la
romería
situada
a
pocos
pasos
de
la
piedra
venerada
donde
puede
participar
de
una
orgía
consumista.
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