BIOGRAFIAS COSTEÑAS

HECTOR CLEMENTE CEBALLOS (1934-2011)

Eran probablemente las cuatro de la tarde de un cálido 23 de Noviembre de 1934 en Aminga, cuando el agudo berrido de un niño recién nacido rompió la monotonía de la tarde amingueña.

Dejemos por un momento al flamante bebito en las manos de su abuela y tías, que en la tibieza del día, no hubieron de tomar precauciones para preservar del frio al recién llegado, y echemos una mirada  o imaginaremos como era Aminga en el año 1934: unas pocas calles de tierra con el caserío pobre, potreros y viñedos protegidos con cercos de ramas espinudas, los infaltables álamos que parece fueron desde siempre patrimonio paisajístico de La Costa, a la vera de las acequias. La ausencia de los postes del tendido eléctrico y la casi nula presencia de automóviles, le daban al lugar, la fisonomía de pueblo serrano con sus majadas de cabras y ovejas por las calles, carros repletos de pasto, uvas o piedras, tirados por burros; criollos caballeros montados en sus briosos potros domados por ellos mismos, completan el cuadro de apacible vida pastoril.

Mientras hacíamos esa recorrida por el paisaje circundante, el  nuevo amingueñito ya fue convenientemente higienizado y envuelto con fajas de pies a cabeza, por si resultaba demasiado inquieto y movedizo.

La familia, en plena asamblea deliberativa, discutía sobre  a quién se parece más el niño, y sobre qué nombre debía llevar desde ese día y para siempre. Sobre los parecidos no hubo acuerdo, pero sí, unanimidad respecto de su nombre: se llamaría Héctor clemente Ceballos y no se hable más.

Así como crecen los algarrobos, a partir de una débil brizna, fue creciendo largo y flaco el “Flaco Héctor”, como lo apodaron sus amigos de la infancia y adolescencia.


La escuela primaria de Aminga lo recibió en sus frías aulas sin anestesia, es decir, sin el paso previo por el Jardín de Infantes, que entonces no existía en La Costa ni en la Provincia. Terminada esta etapa de educación, ingresó a la Escuela Monotécnica de Aminga, donde aprendió el oficio de albañil, y junto a su amigo de la adolescencia y después cuñado, Leoncio Mercado, trabajo en la construcción por un buen tiempo.

De temperamento vivaz, alegre y jovial, pasó su adolescencia gritando los goles de Boca Junior y enamorándose de todas las chicas del lugar. Ignoramos su historial amoroso, pero se sabe a ciencia cierta que el gran amor de su vida fue hasta sus últimos días, la risueña Margarita Angélica Nieto, doña”Queca”, nativa de Anillaco.


Ella hirió el corazón del Flaco Héctor, y como un perfume pasajero, partió rauda a Buenos Aires, dejándole la melancolía del paraíso perdido.

Luego de varios empleos preliminares, la enamoradora quedó en la fabrica Alpargatas de la avenida Patricios, y una vez afianzada como operaria, consiguió trabajo allí mismo para su Romeo criollo y lo mando a llamar. El Flaco Héctor, corriendo en partes y en partes volando, llegó sin aliento a la Gran Ciudad y a los brazos de su amada. Armaron su nido de Amor en Monte Chingolo donde nació la hija primogénita Mary; posteriormente se mudaron a Lanús, donde nació Gustavo. Completado “el parcito”, como se dice en La Costa, pararon la fábrica de niños.

Veinticinco años pasaron como si nada en Buenos Aires, pero la nostalgia por el pago y la enfermedad de la mamá de Queca, los decidió a regresar.


Establecidos en Anillaco, don Héctor (ya tenía 45 años), trabajó en la finca del Machilo, en la Hostería de ACA y otros trabajos pasajeros, hasta que fue nombrado como Personal de Maestranza en el Hospital de Aimogasta, y tiempo después consiguió el traslado para el Hospital de Anillaco.

No le sirvieron de mucho las preventivas fajas que le pusieron cuando nació al inquieto Héctor: Fue bailarín de folclore, vals, fox trot, pasos dobles y otros ritmos de la época; hombre profundamente religioso, participó activamente en las tradiciones del pueblo, llegando a Alférez Mayor, en las ceremonias de Tinkunaco, y armó coros de niños paca cantar villancicos para Navidades, a mas de asistir asiduamente a la misa de los domingos.
Esta es una síntesis  de la intensa vida de un vecino nuestro, que según las palabras de su hijo Gustavo, “nació pobre, vivió pobre y murió pobre, pero contento”.-
                                                                                                               FELIX R. GUERRERO