jueves, 6 de octubre de 2011

El regreso de Marino Córdoba


Aguas Blancas es una pequeña población del departamento Castro Barros situada entre Las Peñas y Pinchas, al sur del municipio, a la vera de la Ruta 75. Vemos trepando desde Pinchas, en rápido transito, algunas casas, pequeños cuadros de cultivos, un salón con techo de chapas, hombres del siglo pasado que traspasaron la centuria a caballo, y a caballo marchan al futuro…








Tristeza,  escarabajo
de siete patas  rotas,
huevo de telaraña,
rata descalabrada,
esqueleto  de  perra:
Aquí  no. Ándate. Entras.
No pasas.
Vuelve
al  Sur con tu paraguas,
vuelve
al  Norte con tus dientes  de  culebra.
NERUDA

Pero el corazón de Aguas Blancas está  escondido adentro, invisible al ojo convencional, agazapado en las quebradas del Oeste. Por allí discurre un arroyo pequeño y profundo, y en una cueva situada a sus orillas, encontramos hace tiempo unas pequeñas esculturas de arcilla del gran alfarero. ¿Misterio? No, más bien parece una ofrenda del joven Marino a la Pachamama, quizás sus primeros trabajos.

El visitante desprevenido, mirará con infundada conmiseración a tan pequeño pueblo, porque la savia naturaleza, celosa de sus tesoros,  los guarda en lo profundo de su corazón, y muestra al profano tan solo un tierno cuadro serrano con sus cabritas, sus verdores y su apabullante sencillez. Por eso pocos saben que Marino Córdoba y Ramona Millán de Frescura, hijos dilectos de Aguas Blancas, han sido los elegidos para revelar parte del misterio, el arte y la cultura ancestrales de los pueblos de La Costa.

Ambos hubieron de peregrinar y expandirse a otros confines para mostrar al mundo la mirada Diaguita, el temblor sensitivo de Sudamérica, la llama de una civilización que los imperialismos creyeron extinguir con genocidios. Ramona tejiendo paisajes con fibra de lana como si fueran las fibras de su corazón;  Marino, modelando la arcilla como si sus manos fuesen de  greda.

Marino talló con greda salvaje, áspera, desafiante, toda la mitología de los dioses diaguitas, temibles y benignos alternativamente, pero no explicó abiertamente sus  arcanos, porque “Puesto que nuestra mente es nuestra racionalidad, y nuestra racionalidad es nuestra imagen de sí, cualquier cosa que esté más allá de nuestra imagen de sí o bien nos atrae o nos horroriza, según qué tipo de personas seamos." 

En los últimos días de Setiembre, el cielo de La Costa empalideció. Una tristeza arrastrada se enredaba en las jarillas y los montes espinudos: tristeza, escarabajo de siete patas, dolor como de parto: el alfarero había regresado a sus montañas. Algo se completó en la ladera de los cerros y él los montículos bajos donde yace la memoria de los siglos.
                                                                                                                   FELIX R. GUERRERO



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