Por
Cristian Vitale - Juan Quintero, Jorge Fandermole, Camilo
Matta, Carlos Aguirre y Diego Schissi, entre otros artistas, participaron de
esta iniciativa organizada por el Ministerio de Cultura de la Nación. En un
lugar paradisíaco, la idea fue compartir música y diversas actividades.
El entorno da con lo
imaginado a priori. Dos intensos cerros riojanos, el De la Cruz y el Velazco,
abrazan un paraje que imita una especie de humedal a escala micro. Un marco en
el que confluyen huertas, nogales, cardones, parrales, cañaverales, el infaltable
pujllay, plantas de pomelo, enredaderas, lajas y un canal por el que a veces se
desliza un hilo de agua. “A esta zona se la llama el pozo de los vientos”,
informa Georgina, dueña del lugar (el Parque Avellaneda) donde a Juan Quintero
y un puñado de amigos, bajo el paraguas del Ministerio de Cultura de la Nación,
le dio por concretar la primera parada del ciclo Huella Argentina. Un lugar
paradisíaco, distante apenas trece kilómetros del casco urbano de la ciudad de
La Rioja, y a poco menos de veinte de Sanagasta, otra linda parada. En la zona
de la quebrada, para sumar precisión, donde incluso el clima juega su papel de
contrastes: a un día de tres el primero, en el que sol y calor se besan para
hacerle sentir su rigor al visitante, le suceden dos de lluvias, alguna
tormenta entre las montañas y cierto frescor poco habitual a esta altura del
año.
Bajo este mandato de la
naturaleza, entonces, el Huella Argentina cumplió su sino y, también, tal como
estaba previsto, jugó a los contrastes para dar con un mismo fin: compartir,
convivir, aprender, crecer con las músicas de raíz como partida y también como
llegada. Y con un puñado de actividades que amplificaron los conciertos de cada
noche, al brillo de la luna o bajo la bella opacidad de las nubes de estelas púrpura.
El plan de “Hacelo sonar”, por caso, que abrió las jornadas cada mañana y que
consiste en un taller de construcción de instrumentos musicales itinerante que,
en esta parada, mezcló generaciones y talentos. Puntualmente sentó en el piso,
en círculo, a unos setenta alumnos espontáneos que llegaron con las manos
vacías y se terminaron llevando un instrumento hecho por ellos mismos: el
globonete, por caso, que es un globo medio clarinete, hecho con globos y
broches, por nombrar uno, cuya prueba colectiva resultó en disonancias vitales
moderadas por el viento.
“Este proyecto nació en
2008, con la idea de que la gente que no tiene acceso a la música se pueda
hacer sus propios instrumentos. Trabajamos mucho en clubes, barrios, escuelas,
espacios públicos y buscamos siempre que los instrumentos sean lo más simple
posible a nivel materiales, y con la mejor sonoridad que se pueda. La idea,
también, es generar espacios de participación, donde los protagonistas también
sean los participantes, con solidaridad y trabajo en equipo”, cuenta Germán
Vega, integrante del proyecto, que también propuso tambores hechos con baldes
de pintura, bolsas de alimento para perro en el rol de parches, y un sistema de
hilos tensores con tapitas de gaseosas, con la función de estirar tales
parches. Un moñito.
Los aires matinales también
acompañaron el set de percusión del español Aleix Tobías y Mariano Cantero,
percusionista de Aca Seca, y cedieron su lugar a los de las tardes en las que,
entre mate y mate, buena parte de los músicos convocados pusieron en palabras
lo que en las noches transformarían en música: Jorge Fandermole, Camilo Matta,
Carlos Aguirre y Diego Schissi, entre ellos (ver recuadro) poco antes de que la
bailarina Silvia Zerbini librara cuerpos al azar entre sus danzas y el tempo
del crepúsculo, y el periodista Santiago Giordano se alistara para la
transmisión en vivo de cada noche, para Radio Nacional La Rioja, la de Córdoba
y la Folklórica de Buenos Aires, a la hora de los conciertos, claro.
De los “formales” de cada
noche, porque en realidad toques hubo siempre y a toda hora. Guitarreadas
espontáneas, antes o después, entre mates, aguas para las guaguas, vinos o
cervezas, al amparo del sol, del fresco o de la lluvia. La primera, al aire
libre, y con el público –mucho– dispuesto como en las peñas tradicionales
–mesas y sillas colocadas en diagonal, bajo los árboles– para ver, y oír, las
primeras propuestas: Ana Robles, cantante de la zona; el grupo, también
riojano, Librevoz, un sexteto de fuerte impronta vocal, que fue in crescendo
desde una oda tradicional a Jesús y a San Nicolás de Bari –patrono de La Rioja–
a la nodal “Me he vuelto a machar”, de Soria y Navarro. “Pasamos de la religión
a lo profano sin anestesia”, fue el chiste de Matta, sobre otro de los contrastes
de la propuesta, que siguió con “Zamba de Ugarte”, de José y Severo Oyola; y
una versión de “Oración del remanso”, con el mismo Fandermole entre las voces.
La noche inicial, la más calurosa, también presentó al cantautor chaqueño Coqui
Ortiz, que aprovechó la calma y la receptividad de los calmados para exponer en
público su obra basada en textos del poeta Aledo Luis Meloni (La palabra echa a
volar en el canto), acompañado, tal como en disco, por el piano del Negro
Aguirre, a quien ciertas dificultades técnicas en el sonido le impidieron luego
redondear un hermoso set propio, en el que se brindó con la bucólica y mansa
“Estampa de río crecido” y la rioplatense “Mensaje en una botella”, entre
otras. El cierre de la primera luna coplera corrió por cuenta de Balvina Ramos,
que conmovió con su voz y su caja, más un versátil guitarrista, con sus tonadas
y vidalas lisérgicas colocadas para el hechizo, y un final con dos gemas de
Violeta Parra: “Arriba, quemando el sol” y “Qué he sacado con quererte”.
La segunda noche, ya sin
luna y en la que ni las improvisadas cruces de sal en el piso lograron impedir
la lluvia, La Pacota, sexteto del Monchi Navarro (nieto de Ramón); Ramiro
González, otro joven esteta riojano; Nahuel Penissi, el dúo Será Arrebol, y el
mismo Fandermole –en yunta, otra vez, con el Negro Aguirre– confluyeron bajo el
abrigo de un sector techado, tan atiborrado de gente que ni siquiera era
posible caminar, sin driblear piernas, hombros y brazos. La Pacota, para
desplegar sus músicas de fuerte y profunda impronta andina y combativa;
González, para plantar en medio de sus músicas sin fisuras la siempre necesaria
evocación del Chacho Peñaloza; Penissi, pichón de Gieco en Mundo Alas, para
resignificar, entre varias piezas propias, “El Necio”, de Silvio Rodríguez; y
Fandermole, para coronar otra noche impecable, repasando bellísimas obras de su
acervo: “Cuando”, “Agua dulce” (dedicadas al Zurdo Martínez, Aníbal Sampayo y
Chacho Muller, sus grandes referentes), “La luminosa”, gema compuesta junto a
Raúl Carnota, y una de las tantas que saben todos: “Hispano”.
La tercera y última noche,
sin luna ni lluvia, el viejo lobo de la pampa húmeda, Omar Moreno Palacios,
sucede al Dúo Nuevo Cuyo y vuelca sus experiencias cantadas, tocadas y
habladas. Milongas sureras, historias de caballos, chistes “serios”, y un
volumen bajo que el quinteto de Diego Schissi (guitarra, piano, contrabajo,
bandoneón y violín) aumenta considerablemente para impregnar de tangos
ciudadanos e instrumentales el reposado temple serrano. “Líquido 3”, “Astor de
pibe”, entre varias piezas, y el postre con el alma mater del encuentro: Juan
Quintero bifurcado en varias ánimas de su costal: con Luna Monti, su compañera,
y el percusionista Aleix Tobías; con Mariano Cantero y Andrés Beeuwsaert (o
sea, Aca Seca), con una juntada, al cabo, que se extendió bajo el escenario en
una guitarreada casi sin fin. Casi sin desperdicios, mientras detrás de los
cactus asomaban las luces primeras.
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