Algunas
fechas están pensadas para practicar un humanitarismo políticamente correcto.
El pasado día del animal por ejemplo. De la situación de calle de los perros se
puede culpar a diversas personas e instituciones, pero con cierto nivel de
indulgencia o impunidad. Y cuidar un animal implica menos esfuerzo que hacerlo
con un niño. Y sobre todo menos cuestionamientos y preguntas.
Esta práctica parece extenderse a otras
fechas de popularidad ascendente y bastante difundidas en los últimos años. El
día internacional de la mujer es una de ellas. Son hechos en que la sociedad se
pone de acuerdo para fingir que las reglas habituales están suspendidas, cuando
en realidad operan muy por debajo de lo fingido, cumpliendo su función con
creces. Además sirven para legitimar mediante la negación simbólica el sentido
común. Un regalo empresarial cumple la función de expiar por decirlo de alguna
manera todo un año de explotación laboral, violencia simbólica, acoso sexual y
otras formas de vulnerar los derechos de la mujer trabajadora.
Es interesante poder ver los límites del
humanismo políticamente correcto. No se ha creado aún el día del niño
hambriento o el día del niño sin escuela ni juguete. Es complicado imaginar
hordas de clasemedieros juntando en las esquinas niños indigentes para
alimentarlos, vestirlos de fiesta y jugar con ellos. Aunque el límite entre los
perritos callejeros y los indigentes parece desdibujarse cada vez más para
ciertos sectores de la sociedad que sueñan con un país no sin realidades
indeseadas sino más bien sin los sujetos de esas realidades.
A esta práctica se le opone un humanismo
peligroso que piensa los porqués de las cosas y no se detiene a las puertas de
la conveniencia ni de la amenaza de clase. Como dijo el obispo brasileño Helder
Cámara: Cuando alimenté a los pobres me llamaron santo; pero cuando pregunté
por qué hay gente pobre me llamaron comunista. Esta
clase de humanismo recoge una tradición de varios siglos intentando
desenmascarar las causas ocultadas de la inequidad cotidiana con la que el
mundo gira. Enfrentado al sentido común se plantea una mirada sobre el hombre
en su condición primera y última.
Tanto es así que por el momento
parece perder la batalla contra el humanitarismo maquillado y practicado e
incitado por los generadores del statu quo. Dentro de lo políticamente correcto
se esconde el mecanismo que regula la salud de las máscaras que cubren los
sentidos de la libertad. Mientras tanto desde la otra vereda se intenta retomar
el camino de la comprensión y la superación del humanismo falso.
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