A diez años
de las elecciones que marcaron la llegada del kirchnerismo a la política
nacional los pilares neoliberales que gobiernan históricamente provincias como
La Rioja siguen intactos. Encontrar las alternativas y tomar riesgos
electorales puede ser una forma de contrarrestar la constante afrenta de una
realidad que nos supera por la fuerza.
Como siempre desde nuestro medio nos llamamos
a editorializar sobre los hechos y
sucesos que forman parte del espectro de noticias, es posiblemente una forma de
hacernos cargo de nuestra línea de trabajo o un ejercicio que redunda sobre lo
ya dicho pero que encierra un valor ético de identidad y de lectura de la realidad en el cual
podemos hacer pie.
Los temas que atraviesan a nuestra sociedad
son muchos y variados, y resulta prácticamente imposible contenerlos en su
totalidad, por eso es necesario destacar un orden en el que podamos identificamos y un poco es eso
lo que nos proponemos.
Mucho es lo que se ha escrito en este medio
sobre la verdadera identidad del Gobierno Provincial, identidad neoliberal que
logra mimetizarse en el proyecto nacional que dice encarnar la Presidenta , pero en el
fondo los riojanos sabemos que el bederismo es más de lo mismo.
En los días que pasaron hemos sido testigos
de una exhibición y sinceramientos en este sentido. La imagen del Gobernador operando
con organismos internacionales de crédito marca en su faz pública el
alejamiento del ideario del proyecto nacional del cual dice también formar parte.
También queda claro el apoyo por parte de la Presidenta a un
oficialismo local con doble moral, un
apoyo que marca las limitaciones de la política
nacional a las expectativas que guardamos muchos riojanos de una renovación
política.
27 de abril
de 2003/13
A diez años de las elecciones que marcaron la
llegada del kirchnerismo a la política nacional los pilares neoliberales que
gobiernan históricamente provincias como La Rioja siguen intactos, es una
realidad que inclusive pasa por encima a los kirchneristas de primera
hora, pero sobre todo pasa por encima a un pueblo que con mas treinta años de
gobiernos menemistas da claras señales de descreimiento y apatía. La imagen de
Beder como referente de la actual política nacional está agotada y seguramente
tendrá su correlato en el rechazo a las propuestas electorales que de él se
emanen.
Lo complejo de las situaciones provinciales
genera dudas sobre el alcance de un modelo nacional que roza sus límites, al
menos en el debate público provincial. Cuestiones
como el extractivismo
mega-minero, o gestos de aval a un eterno
gestor de liberalismo en muestra provincia como lo es Beder Herrera no hacen
más que inclinar la balanza de opinión en contra. El bederismo no cuenta con el
aval de los actores provinciales ni el consenso social necesario para imponer
las políticas productivas de estado que pretende
e implican pasivos ambientales o poner en manos de privados, capital y garantías
del pueblo como en el caso de las SAPEM.
En este punto, los límites de un supuesto Proyecto
Nacional y Popular se hacen visibles y chocan con una parte de su propio ideario. La idea de disponer del Famatina para la
explotación mega-minera; o de brindarle el aval político al Gobernador para disponer del capital del estado y garantías
del pueblo para las SAPEM, neutralizan
parte de de su imagen positiva.
Es cierto que
las alternativas capaces de superar las barreras electorales y las contradicciones que empantanan a nuestra
Provincia no abundan, habrá que ver
hasta que punto estas alternativas son
capaces de contener las expectativas del pueblo. Por diversos motivos las
posibilidades de un arco opositor en el que todos puedan sumarse a esta necesaria
renovación política es una realidad bastante lejana o al menos impredecible. Encontrar
las alternativas y tomar riesgos electorales puede ser una forma de
contrarrestar la constante afrenta de una realidad que nos supera por la fuerza.
Por eso más allá de las noticias que causan
indignación: corrupción en salud, negocios para pocos con las SAPEM, retorno a
las relaciones carnales con el imperio, debemos decir que el peor de todos
flagelos es no poder desplazar la vieja práctica política que aunque agotada
nos sigue haciendo padecer.
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