Por Félix R. Guerrero - La fe
religiosa tiene manifestaciones tan curiosas, que no deja de sorprendernos,
especialmente la fe católica, que es la que mas conocemos. La diligencia
mediante la cual podríamos llegar al “más allá”, puede proceder de unos
populares gestores llamados santos, más terrenales que el lejano y misterioso
Dios. El viernes pasado las celebraciones por San Expedito fueron
multitudinarias, en La Rioja capital y
en Anillaco, entre otros lugares.
Lo que
despertó mi curiosidad de este probable santo, fue su nombre. Siempre asocié
“expedito” con una acción urgente, como
ir al baño cuando los esfínteres ya no pueden sujetar más, pero nunca se me
hubiese ocurrido que alguien tenga ese nombre, menos aun, un santo, que por
abrumadora mayoría proceden de la lengua latina y sus derivaciones y son
archiconocidos en todas partes. Entonces tuve que acudir a la santa Wikipedia a
que me desburre.
Una de las pistas que presenta la popular enciclopedia, informa
lo siguiente: “El Martirologio romano nombra efectivamente a un mártir
desconocido llamado Expediti”; y también esto: “En 1781, llegó una caja con reliquias no identificadas a un convento de monjas en París. Las
reliquias se habían desenterrado de las catacumbas de la plaza Denfert-Rochereau. El remitente de la
caja (desde la misma ciudad) había escrito sobre la caja «spedito» (‘correo expreso’),
probablemente para acelerar su envío. Las monjas supusieron que las reliquias
pertenecían a un tal «san Spedito»”. El develado misterio tenía que ver con
urgencias, concordando con mis presunciones, más que con un nombre como Juan o
Pedro. En realidad este santo no tiene nombre conocido.
Posiblemente,
y dada la difusión y el hecho de que en muchas iglesias católicas sigue
habiendo imágenes y se le sigue tributando culto público informal (no
litúrgico), deba considerarse San Expedito, como el culto a san Carlomagno, es decir “tolerado,
no admitido”.
El
otro misterio que se me presentó respecto al presunto santo, es el “proceso”
mediante el cual, una persona real o
imaginaria, evidente por
acciones santas como ser mártir, apóstol o predicador de la cristiandad, es
ungido por el pueblo como Santo, o de dudoso mérito para acceder a la santidad,
tal el caso de San La Muerte, transgresor, además de la gramática (para horror
de los custodios de la pureza del lenguaje).
Después están el Gauchito Gil, la Difunta Correa, santa
Gilda, etc., menos complicados y más pintorescos a la hora de ejercer la fe. A
mí me hubiese gustado un San Enrique Angelelli, pero si Francisco I, lo
canoniza, menudo lío se le arma con la derecha recalcitrante y con los
vernáculos “Cruzados de la fe”, que por ahí están agazapados.
Los requisitos oficiales para ser
intermediarios con el mas allá, son más complicados que los que se necesitan
para acceder al Premio Nobel de la Paz (San Obama).
La canonización es el acto mediante el cual la Iglesia católica, en ambos ritos (Oriental y
Occidental), declara como santo a una persona fallecida. Este proceso comprende la
inclusión de dicha persona en el canon, o lista de santos reconocidos. Anteriormente, los individuos eran reconocidos como santos sin
requerimientos o procesos formales, reza la Wikipedia.
Debo aclarar que los santos no solo son intermediarios
con el “más allá”, sino también interceden con las fuerzas terrenales del más
acá. El gol que le hizo Deportivo Peñarol al Club A. Villa Anillaco este pasado
domingo se debe a las oraciones elevadas por los “Pampeños” a San Diego y a San
Messi. Amén.
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