jueves, 3 de mayo de 2012

CASTRO BARROS Y NUESTRO HOY


Por “Alilo” Ortiz – Especial para LA BOCONA

En este artículo el historiador chuqueño reflexiona sobre la actualidad desde el lente de los próceres riojanos, siempre vigentes y actuales para pensar la realidad provincial y nacional. ¿Cuál fue la actitud de Castro Barros que puede iluminar y enriquecer nuestro presente? Esto intenta dilucidar el autor en una zambullida por la obra del sacerdote y congresal riojano.


En el “Tratado de Benegas” se había acordado la realización de un Congreso General para deliberar sobre el enfrentamiento que había entre Santa Fe (con su gobernador “federalista” Estanislao López) y Buenos Aires (gobernada por el “centralista” Martín Rodríguez y su ministro Bernardino Rivadavia). Para tal fin llegaron a la ciudad de Córdoba, en marzo de 1821, los diputados de Mendoza, San Juan, San Luís, La Rioja, Catamarca, Tucumán, Santiago del Estero, Jujuy, Santa Fe y Buenos Aires, además de Córdoba por supuesto. Transcurrió todo ese año 1821 sin que la reunión pudiese llevarse a cabo, pues las intrigas y diligencias de Rivadavia la hicieron fracasar. Es entonces cuando el diputado riojano Castro Barros tuvo dos actitudes que en una de esas, opino, pueden iluminar y enriquecer el presente que estamos viviendo. Acepto que las circunstancias (históricas, políticas, sociales, económicas, etc.) no son las mismas, pero hay principios que son inmutables. Como por ejemplo que el gran beneficiado de una obra de gobierno debe ser el pueblo. Los documentos que dan cuenta de ellas se encuentran en el archivo de Facundo Quiroga.

1. HONESTIDAD POLÍTICA                          
En carta del 30 de octubre de 1821, Castro Barros informa al gobernador riojano Nicolás Dávila y al Cabildo sobre “la nueva propuesta de la provincia de Buenos Aires para su postergación”. Días después, el 5 de noviembre, les hace la siguiente consulta: “exploren la voluntad de ese pueblo sobre si he de hacer uso de mis poderes, dados para Congreso General, aunque el que se abre no será tal en razón de no tener el competente número requerido por los publicistas”. En otras palabras, ya que estamos reunidos, hemos decidido hacer algo, aunque no con el rango de Congreso General, pues los diputados de algunas provincias no dan el quórum requerido. Una vieja treta “política” a la que cada tanto se le pasa el plumero para hacer fracasar una reunión por temor a un resultado contrario. ¿Cuál fue la actitud de Castro Barros que puede iluminar y enriquecer nuestro presente? En primer lugar, no “avivarse” arrogándose poderes que no le habían conferido. En segundo lugar y quizás más importante, “exploren la voluntad de ese pueblo”. No es cuestión de que lo decidan ustedes por ustedes mismos, porque también ustedes son “hijos políticos del pueblo” y no sus dueños; pregúntenle al pueblo y que sea él quien lo decida.  Esto aparecerá con meridiana claridad en la segunda actitud.

2. RESPETO AL PUEBLO
Castro Barros, molesto por el fracaso del Congreso, escribe algunas ideas bajo el título ANTÍDOTO CONTRA PREJUICIOS POLÍTICOS. De los ocho temas que aborda, tres son los que interesan para conocer su actitud que puede iluminar y enriquecer el presente que estamos viviendo. Al examinar “La soberanía de los congresos de diputados” (antídoto 2º) dice: “Los diputados, lleven los poderes que llevaren, jamás son originarios; sí derivados de los pueblos, hechuras del pueblo son”. El poder reside en el pueblo, no en sus representantes. “Los diputados son hijos políticos de los pueblos” y todo hijo debe obedecer a su papá y si no chás chás por la colita, para usar una expresión muy común. Más adelante (antídoto 5º) sostiene que no es moral la “Traslación de derechos”, porque éstos siguen perteneciendo al pueblo. “Esto es lo que hacían los reyes cuando encargaban la formación de alguna ley. No pasaban la soberanía ni el derecho de legislar, porque lo que hacían era dar orden para que alguien hiciese el proyecto”, mientras que ellos se reservaban el derecho de convertirlo en ley. “Lo mismo hacen ahora los pueblos, dan orden para que el diputado haga esto o aquello. El que recibe la orden debe obedecer. No es súplica, sino imperio que ejercita sobre el nombrado. De este modo se forma un diputado, por deber especificado y no por derechos comunicados”. Al abordar “La naturaleza despótica de los diputados congresales y cívicos” (antídoto 3º) se explaya sobre su designación como diputado y lo encuadra en la honestidad política. “No hallé otro camino que contestarles que admitiría la diputación cuando se me diese la constitución civil bajo la cual quería mi pueblo ser justamente gobernado”. Y termina estableciendo como principio “Debe el pueblo especialmente declarar por ley perpetua que los diputados que nombrare para acordar sobre algunas cosas, no son señores ni legisladores del pueblo, sino unos simples asesores”. Para tal fin (si no son dueños del pueblo ni autores de la ley, y sí asesores que ayudan a ver los pro y los contra de una idea) insinúa que lo que se tendría que hacer es “dar a la prensa para que, a costa de la Hacienda pública, se saquen los ejemplares a proporción de la población, a fin de que meditando el pueblo con anticipación, pueda resolver con prudencia lo que se ofrezca, y le consultaren a los sabios que tenga. Preveo los perjuicios, pero peor es el despotismo del diputado que el mal que se haga el propietario”. Vale decir que, en un diálogo con el diputado y con los sabios (hoy decimos “peritos”) el pueblo estará en condiciones de resolver el camino a seguir. De lo contrario se llega al despotismo, donde el diputado piensa y decide por su cuenta, quedando el pueblo “sin comerla ni beberla”, según la expresión popular, y sufriendo las consecuencias. En otras palabras, no basta hacer las cosas PARA la gente; es necesario hacerlas CON la gente y DESDE la gente, porque la democracia no es solamente representativa sino también participativa.

A eso se refería Angelelli cuando establecía el principio “con un oído en el Evangelio y el otro en el pueblo”, según lo habían establecido los obispos argentinos en la Conferencia de San Miguel (1969) “La acción de la Iglesia no debe ser solamente orientada HACIA el Pueblo, sino también y principalmente DESDE el Pueblo mismo. Esto supone: amar al Pueblo, compenetrarse con él y comprenderlo; confiar en su capacidad de creación y en su fuerza de transformación; ayudarlo a expresarse y a organizarse; escucharlo, captar y entender sus expresiones aunque respondan a culturas de grado distinto; conocer sus gozos y esperanzas, angustias y dolores, sus necesidades y valores, conocer especialmente lo que quiere y desea de la Iglesia y de sus ministros; discernir en todo ello lo que debe ser corregido o purificado, lo que tiene una vigencia presente pero sólo transitoria, lo que contiene valores permanentes y gérmenes de futuro; no separarse de él adelantándose a sus reales deseos y decisiones; no transferirle problemáticas, actitudes, normas o valores que le son ajenos y extraños, especialmente cuando ellos le quiten o debiliten sus razones de vivir y razones de esperar”.    

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