Por Dr. Juan García
Massini -
Deseamos dedicar esta nota en conmemoración al Día de la tierra, que se celebra
cada año el día 22 de abril desde el 2009. Este día nos recuerda nuestra
necesidad de contar con un momento específico en nuestros tiempos, que nos
permita reflexionar sobre el rol, deberes y funciones que tenemos como seres
humanos integrantes de la comunidad de la Tierra...
Así,
podemos hacer un pequeño balance de nuestro desempeño en nuestro contexto
ecosistémico en particular y a partir de este proponernos nuevas metas que nos
auguren acercarnos cada vez más a lograr un equilibrio armónico con nuestro
entorno físico y biológico.
En
el mundo actual, antiguos desafíos han sido reeditados con nuevos y complejos
matices en sus características. Estos retos son de índole social, ambiental y
económico y como tales representan el motor para que mediante el uso de nuestra
imaginación y el conocimiento práctico y científico disponible logremos
encontrar alternativas a situaciones que por herencia o confusión limitan
nuestra libertad de acción. Uno de los desafíos sociales a los que nos
enfrentamos es aquel ligado a nuestra alimentación y a la necesidad de que esta
no solo no se convierta en un limitante hacia una justicia social, ambiental y
económica si no que muy por el contrario que genere nuevas oportunidades que
promuevan la erradicación de la pobreza practica y de ideas. Esto requiere de
la correcta predisposición mental, emocional y practica de todo individuo,
familia, organización y comunidad hacia la apertura de ideas y hacia su ejerció
en tiempo y forma. De esta manera será posible lograr un desarrollo socioeconómico
equitativo donde las alternativas culturales especialmente aquellas referidas a
nuestra dieta diaria sean posibles para todos. La dieta histórica de los
argentinos está basada en el consumo de carne vacuna y en su defecto caprina, porcina
y ovina. En mucho menor medida se consume preferentemente vegetales. Esta
circunstancia histórica de la que somos parte trae aparejado un mayor desgaste
de nuestro medio natural dado que requiere no solo mayor gasto de recursos
(agua y materia prima) para su producción sino que además produce efectos
secundarios negativos de mayor intensidad y alcance. Así, resulta que estos
efectos deletéreos sobre la Naturaleza, de la cual somos parte integral, han
pasado y en gran medida siguen pasando desapercibidos por la mayoría de todos
fundamentalmente porque todavía carecemos de la suficiente sensibilidad
espiritual e intelectual que nos permita ver que nos afectan directamente.
En
la situación actual de nuestro país pequeños cambios de nuestro paradigma
alimentario lograrían grandes ventajas no solo nutricionales si no también
económicas y en consecuencia sociales. En su defecto, la calidad de vida de la
mayoría seguirá empeorando a una tasa cuyo cociente desafortunadamente tiene
como denominador la capacidad económica de cada individuo. Así, como en un
círculo vicioso, entonces el poder adquisitivo de cada individuo se transforma
en artífice de su calidad de vida y de su propia esclavitud. Esto a la vez
gradualmente nos aleja de la posibilidad de alcanzar un equilibrio armónico con
la Naturaleza que, en esencia, es algo deseado por todos. Alcanzar dicho
equilibrio con la Naturaleza requerirá de la evaluación critica de nuestro rol
individual y comunitario en la Tierra de manera de identificar los objetivos
que nos conduzcan a realizar acciones concretas que promuevan una transición
hacia una forma de vida sostenible. Esto solo será posible fomentando el
dialogo entre las diferentes perspectivas culturales, el respeto hacia la
Naturaleza y mutuo entre todos aquellos que conformamos la comunidad de la
Tierra de donde hermanados en un solo signo de nuestra condición de seres
terrestres surjan principios éticos generales que procuren la reorientación de
las políticas y las prácticas públicas para el beneficio de todos sin
distinción alguna.
Dr. Juan García
Massini
Comisión de Medio
Ambiente
CRILAR - CONICET
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