Durante
dos días dos cronistas de LA BOCONA visitaron la experiencia del acampe de los
alumnos del ISFD Pedro Ignacio de Castro Barros. El convencimiento de los
chicos y un reclamo justo frente a un estado sordo a los reclamos pero decidido
a reprimir.
Esta historia comienza en el año 2009 cuando
el gobierno provincial anuncia a través del diario El Independiente las obras
que transformarían a uno de los edificios más significativos de la provincia, por
su peso histórico tanto educativo como arquitectónico, en el actual shopping y
paseo comercial donde la cultura es una reminiscencia decadente entre la
histeria consumista de los negocios top.
Entonces no hubo ninguna razón que las
personas implicadas reconocieran, como si quiera, posibles de dialogar. Hubo
propuestas desde la institución, se presentaron recursos de amparo, la idea de
que el shoping y la escuela en última instancia podían convivir. La represión
también formó parte del comienzo del desenlace
del conflicto que duró un par de meses, hasta enero de 2010, cuando
finalmente las carreras de Educación Primaria y Nivel Inicial fueron
trasladadas con bastante apuro al edificio donde funcionaba la JUETAENO. A quienes
también tuvieron que desalojar cuando en marzo de ese año, el primer día de
clases, los alumnos se dieron cuenta de que no cabían en las aulas de la mitad
del edificio. Luego de un acampe de más de 20 días, el gobierno trasladó la Junta y el profesorado
alcanzó a acomodarse a duras penas ocupando el edificio completo. Por lo menos
hasta el 2014.
Al momento de instalar el ISFD en el edificio
de Copiapó el Ministerio de Educación sabía a la perfección que eso tendría una
duración parcial. El edificio ya era una pocilga, inepto para cualquier tipo de
actividad intelectual, contaba con aulas sin ventanas, de 3Mts x 3 Mts y lo que
se llama un serio déficit estructural. También sabían que el aumento de la
matrícula en las carreras docentes no iba a detenerse y que tarde o temprano el
lugar colapsaría. Transcurrieron 4 años de una tranquilidad falsa que
necesariamente tenía que detonar de alguna manera.
Palpando el desalojo la policía provocaba con
una presencia desmedida en toda la cuadra (20 uniformados constantemente y
alrededor de 200 para desalojar). Una vecina se preguntaba si no era mejor que
la policía en vez de amenazar a los chicos estuviera previniendo el delito en
otro lugar.
El jueves se organizó la marcha de repudio a
la represión del día anterior. A las 1900 un grupo salió marchando hacia la
plaza 9 de Julio mientras otro se quedaba cuidando el acampe. La marcha se hizo
desde la plaza, pasando por la casa de gobierno, hasta volver al edificio
histórico. Mucha gente se sumó: Padres, vecinos, alumnos de otros institutos, autos
que tocaban bocina, el sindicato AMP, diputados de la oposición, gente de
partidos políticos. Culminó con un acto en las escalinatas de ingreso al edificio
histórico donde hablaron estudiantes. El reclamo: las 15 aulas que el gobierno
vació hace 5 años y que permanecen a la espera de negocios inmobiliarios y
acuerdos comerciales herméticos, 15 aulas vacías que albergarían digna y
justamente a la institución formadora de maestros más antigua de la provincia,
15 aulas que hasta ahora se salvaron de la suerte que corrió el jardín de
infantes fundado por Rosario Vera Peñaloza, convertido en un cine comercial
administrado por una empresa multinacional.
El viernes a la siesta finalmente llegó el
desalojo previsto por los alumnos y que habían decidido no resistir para cuidar
su integridad física de acuerdo a las muestras de la policía en el desalojo
anterior. Fue un operativo policial que este cronista no recuerda haber visto
en su vida, salvo en un partido de fútbol en La Bombonera donde jugaban
Boca y Chacarita. El despliegue de la infantería, agentes, policía con perros
fue enormemente desmedido. 200 uniformados, más algunos perros, compusieron el
paisaje del desalojo. En pocos minutos los alumnos levantaron las carpas, los
gazebos, los afiches y la calle quedó
más limpia que de costumbre. Chicos y profesores, madres con sus bebés, carpas
y tambores se refugiaron una cuadra más arriba (local del PC) y organizaron una
caravana para mostrarles a los ciudadanos que, a pesar del desalojo, el reclamo
sigue siendo instrumentado.
¿Y ahora qué pasa? Hasta el cierre de esta
nota no se escuchó una sola voz proveniente del Gobierno o del Ministerio. Los
alumnos del ISFD están decididos a no regresar al edificio de Copiapó. El Paseo
Cultural Castro Barros parece un fuerte inexpugnable para los sectores
populares, impedidos de ingresar por las barreras económicas, ni siquiera para
poder desarrollar sus estudios. Más de 400 jóvenes a la deriva, con ganas de
estudiar, con necesidad de recibirse, pero sin edificio.
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