martes, 28 de enero de 2014

Miscelánea de una visita a la Costa

Por Alejandro Romero. La luz que el sol y la naturaleza prodigan a la costa riojana es la razón de un encantamiento difícil de pasar por alto. La belleza natural de sus pueblos es la fuente de un atractivo magnético y también de inspiración para el pensamiento mágico. Quien haya tenido la dicha de descubrirla sabrá de lo que hablo.  Aromas y sonidos también componen la fórmula de atracción  con la que estos  paisajes nos llaman. Una vez que el magnetismo  surtió su efecto, solo resta  dejarse llevar por su ritmo y encontrar la frecuencia ideal para vivir y quizás para soñar.


En cada pueblo la magia funciona con sus señas particulares. En Anillaco la clave está en subir y  bajar emulando el paisaje. Subir y bajar es la condición que impone su geografía y a la vez  la  que define su ciclo. Como el agua en su periplo virtuoso  entre el cielo y la tierra, el ciclo del pueblo modula su vida en esa sintonía.     
La magia funciona cuando en el camino uno  encuentra  esas cosas que suelen permanecer perdidas en el alma; recuerdos, anhelos,  o un pedazo de nosotros mismos. Cuando esto sucede es porque la fascinación nos ha alcanzado.  Percibir su geografía como un espejo de las cosas más profundas, y reflejarse es un síntoma de esa magia  y  vale  una alegría de las más profundas.

Pero la fascinación continúa. Subir por sus quebradas saltando sobre el reflejo del arroyo; empaparse del aroma de sus hierbas y encontrarse con  las aves que corean libertad desde  las quebradas, es un momento de común-unión en la altura,  entre   los sentidos y el espíritu que asoma a un mundo nuevo.

Entre sus quebradas; si uno dispone de un poco  de imaginación; se  puede  encontrar  esa conexión que nos une a la tierra,  y sentir que la realidad puede pasar por otro lado, que la vida tiene un sentido distinto  de aquél conque  la industria cultural  nos bombardea;  entonces las amarras que constantemente nos sujetan se aflojan,  caen por su propio peso, y puede que uno ya no vuelva a ser el mismo.

Bajar es el otro momento que completa el ciclo, y la gracia está en dejarse llevar por  su pendiente pronunciada, como un regalo de la tarde. Fluir a la par de los  canales  hasta toparse con  la otra orilla.  Pasar los estanques, las miradas y los saludos cordiales y encontrarse  con la luna que aparece de frente contra el ocaso, jugando a salvarnos del peligro de las emociones,  con su salvavidas de ternura nos atrae  a su remanso y nos devela lo que falta del camino. Es en ese momento que uno puede sentirse parte de un mismo pueblo.   
 




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