Por Félix R. Guerrero
Debieras saber, tranquilo
paisano, vecino cabal, que una trama fatal, siniestra, inversora e invasora le
ha echado el ojo y las garras a estas tierras y las dividió usando de la ruta
como separador de tierras: la ladera occidental del Velazco de un lado, y del
otro las tierras llanas situadas al oriente de la estratégica ruta asfaltada.
Algún día, cuando el aire pese como tierra sedienta sobre
los cuerpos desnudos,
tal vez alcance a ser la voz de aquel peregrino que
enmudeció o del agua que,
gota a gota, resbala por su pecho. Él nunca estuvo en la
otra orilla pues sabe
que allí los dioses duermen en el polvo. Y sabe que
cuando un hombre por azar
se duerme en la otra orilla -ese lugar que siempre ocupó
la mirada-
ellos se despiertan y se contemplan en él. Si ese hombre,
entonces, se despierta,
se convierte en espejo y estalla con el sol.
Viajero que cruzas raudo la
tierra de los costeños, de Norte a Sur, si bajas la vista hasta tus pies con
ojo avizor, advertirás que la cinta de asfalto que pisas, divide a la Costa en
dos partes. Si tu espíritu ignora la malicia dirás que este es simplemente un
camino, una ruta de tránsito. Pero si, agudo, atisbaras los designios del poder,
sabrías a ciencia cierta que estás pisando un límite. Una raya que la voracidad
divide en dos a la Costa .Cuando La Costa no era La Costa sino un universo
diaguita, un espacio común de los hombres, las bestias y los pájaros cuyos
límites suponían el alcance de las necesidades básicas para vivir, soñar y
volar, no existían fronteras infames.
Debieras saber, tranquilo
paisano, vecino cabal, que una trama fatal, siniestra, inversora e invasora le
ha echado el ojo y las garras a estas tierras y las dividió usando de la ruta
como separador de tierras: la ladera occidental del Velazco de un lado, y del
otro las tierras llanas situadas al oriente de la estratégica ruta asfaltada.
Puesto ya en alerta, paisano
costeño o inquieto viajero, vamos a la médula del tema: hace ya unas cuantas
décadas, cuando los costeños contaban solamente con caminos de tierra, pensaban
que el asfaltado del camino que une los pueblos costeños desde Las Peñas hasta
Aimogasta traería el progreso a La Costa. Luego anhelaron y reclamaron por
asfalto como si se tratase del pan de cada día.
Al cabo de un tiempo el
reclamo fue oído y se planificó el trazado de la ruta asfaltada. Concurrieron
al proyecto cuestiones técnicas- viales y visionarios intereses
políticos-privados y la ruta fue corrida unos centenares de metros hacia el
Este, alejándose un poco de las poblaciones. Hasta ahí todo era moderadamente razonable
y prometedor.
La ruta fue una realidad,
pero el comienzo de la era menemista despertó la codicia neoliberal atrayendo a
inversores neo-colonizadores. El ex presidente nativo de estos pagos, en un
discurso proferido en Aminga al aire libre, con un gesto ampuloso abarcó con el
brazo extendido la franja llana del Este costeño diciendo “esto será un vergel,
habrá trabajo y progreso para todos los costeños”. Se hicieron estudios de las
napas subterráneas con sondeos sísmicos en las tierras prometidas. Las carpetas
con los estudios fueron cuidadosamente guardadas por desconocidas manos. Pasó
el tiempo, llegamos al 2013, dejamos pasar unos meses y nos plantamos en el
2014, como quien se para al borde de un abismo.
Lo que sigue, es el reparto
de los Recursos Naturales de este departamento, que quedaría demarcado de la siguiente
manera:Del lado Oeste de la ruta,
nosotros, el pueblo costeño, con sus finquitas
familiares de irrisorio interés económico, sus quebradas aptas tan solo
para un turismo insignificante, aunque privatizables.
Del lado Este de la ruta, un
gran espacio aprovechable, con napas acuíferas a trescientos metros de
profundidad, exenciones impositivas, subvenciones varias puestas en manos de
“empresarios” amparados por una curiosa manera de inversión: el Estado pone el
agua, las tierras y el dinero. Hasta el momento es un misterio o un secreto de
estado que ponen ellos. Hasta la fecha no han demostrado un talento siquiera
mediocre que justifique la confianza de trescientas rupias.
¿Qué hacer? Quizás no aceptar que nuestra suerte
sea decidida, día tras día, por
una gente cuyos proyectos nos son hostiles, o
simplemente desconocidos, y para los
que nosotros no
somos, yo y
todos los demás, más
que cifras en un plan, o peones sobre un tablero, y que, en el límite,
nuestra vida y nuestra muerte estén entre
las manos de unas gentes de las que sabemos que son necesariamente
ciegas.
El 2014, desde el fondo del
abismo nos desafía a salvar a la Costa luchando a brazos partidos contra la
penetración cultural del neoliberalismo en nuestros pueblos. Estamos
hundiéndonos en una crisis social, política, institucional y económica. Hay que
salir de ella con fe y coraje. Solo así podremos sortear el amenazador oscuro
cielo que se cierne sobre nuestras cabezas.-
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