Por Juan “Alilo”
Ortiz - Dentro de muy pocos
días concluirá el juicio por la muerte de Mons. Angelelli. Un hecho largamente
esperado que, en alguna medida, cerrará felizmente para siempre un capítulo de
la historia riojana y argentina. Desde mi modesta condición de ciudadano común,
pero también actor partícipe de los hechos, siento el deber y la necesidad de
expresar algunas consideraciones.
Adelanto que soy consciente de que no todos compartirán mi modo de ver e
interpretar los acontecimientos, pero pienso que sería una mezcla de pecado de
omisión y de cobardía no hacerlo.
Por un lado, la Justicia dirá la última palabra, que muchos esperamos que
no sea otra sino la que confirme lo que sostuvimos desde el primer momento: FUE
UN ASESINATO.
Hablará de los modos físicos como se realizó, de los móviles íntimos que
lo prepararon y ejecutaron, de los actores principales y secundarios, directos
e indirectos.
LA VERDAD levantará majestuosamente su figura, por lo menos “en cuanto de
vos dependa” como se exige en los juramentos. Con seguridad no todos estarán de
acuerdo o satisfechos, pues quedará “mucha tela para cortar”, según el dicho
popular.
Por ser obra de hombres, siempre tendrá un margen de error por omisión o
por exceso; sólo Dios tiene palabras inapelables y con carácter de eternidad,
porque sólo El ve lo más íntimo de la conciencia del hombre y no se lo puede
engañar con los “pero” que usamos para disimular nuestras debilidades y
mezquindades.
Al lado de LA VERDAD, también dirán presente dos ejecutores de su
dictamen: LA JUSTICIA tratando de reordenar las cosas, y EL CASTIGO porque es
justo que cada uno se haga cargo del daño causado.
Todo este drama nos debe dejar al menos una enseñanza, que ojalá sepamos
aprender. Me estoy refiriendo a la que no hace mucho tiempo le pusimos el
rótulo de “NUNCA MAS”. Digo esto porque los hombres somos especialistas en
repetir los mismos errores bajo otros disfraces, como la madre de familia que
con un golpe de horno convierte en cena lo que sirvió en el almuerzo.
NUNCA MAS, hombres que se crean iluminados y dueños de la verdad; NUNCA
MAS, hombres que se arroguen el derecho de suplir con sus criterios y
decisiones a la voluntad de sus hermanos; NUNCA MAS, argentinos que se sientan
encapsulados por la impunidad para hacer lo que se les antoja. Más de 30 años
LA VERDAD esperó su turno y hoy llegó para quedarse.
Por otro lado, los festejos de muchos por la sentencia de la Justicia se
harán sentir de variadas formas. Y estoy de acuerdo, no tanto por Angelelli
cuanto por el triunfo de LA VERDAD. No obstante, hay un detalle que me preocupa
e inquieta: el “cartelito” que aparece junto al CASTIGO y que reclama “QUE SE
PUDRAN EN LA CARCEL”.
Tal deseo encierra la presencia (muy disimulada, por cierto) del “ojo por
ojo, diente por diente” que Jesús no aceptó (Mateo 5, 38) “Entre ustedes las
cosas deben ser así: rueguen por los que los difaman y serán hijos del
Altísimo, que hace salir el sol sobre buenos y malos y hace caer la lluvia
sobre justos e injustos”.
Este concepto doctrinal, y los años que acompañé a Angelelli desde la
responsabilidad de secretario de curia, avalan mi comentario siguiente. Si
alguien, ese día de los festejos, sentirá en su corazón un poco de TRISTEZA
será precisamente Angelelli. Entre los tantos nombres con que popularmente lo
bautizamos, el PADRE OBISPO es el más acertado.
En consecuencia, pregunto yo ¿hay algún padre que se alegra al castigar a
su hijo? O al contrario, sin dejar de castigarle, se entristece por no haber
podido hacerle entender a su hijo que estaba cometiendo un error y que debía
corregirse. “Ya te dije, una y mil veces, que así no”, suele ser la expresión
más común.
Por esta razón afirmo que Angelelli, ese día de los festejos por la
sentencia de la Justicia, también (subrayo, también) sentirá tristeza.
Percibir esta tristeza me viene no sólo desde lo doctrinal, sino desde el
mismo Angelelli. Los poemas fueron para él una manera de decir “lo que me quema
por dentro”. Pues bien, en su primer poema, escrito en enero de 1968, cuando
los responsables de la Iglesia en Córdoba estaban por echarlo porque molestaba
demasiado, dice: “Andar y andar, me grita el arroyo / el sol ya calienta ¡qué
dura es la cuesta! / Arriero amigo, camina hasta el cerro / hay música en la
pirca, ecos de fiesta”.
Y con esos sentimientos llega a La Rioja en agosto de 1968 y escribe su
segundo poema: “Señor, déjame que te cuente / qué dura es la cuesta, qué dura
es la gente / las piedras lastiman, espero que hables / voy buscando tu luz
para poder mirarte / ¡QUE SE SALVEN! ¿“Qué se pudran en la cárcel”? NO ¡que se
salven! Y entre los poemas que dejó sin terminar, está AL REACCIONARIO donde
aparece en todo su esplendor la paternidad de Angelelli. “¡Amigo! Un crepúsculo
enrojecido te envuelve / y la noche peregrina tu existencia / el miedo
resquebraja tu esperanza / y la oscuridad se hace sangre en tus venas. / ¿Por
qué hieres al hermano y calumnias / por qué manchas, envileces y persigues? /
Advierte, no eres pasado sino historia / eres proyecto y siempre mensaje /
pueblo que camina y no desierto / agua que canta y no estanque. / No te quedes
solo, porque envejeces / escucha la fuerza de lo que no muere / ES EL, el de
ayer, de hoy y de siempre”. En otras palabras “Haceme caso, mi hijito, cambiá
la manera de comportarte”.
SEÑORES LUCIANO BENJAMIN MENENDEZ y FERNANDO ESTRELLA. Acepto las
convicciones que ustedes sostuvieron en el juicio y, sinceramente, las respeto.
Pero también me animo a decirles, con toda la convicción de que soy capaz:
ANGELELLI LOS PERDONO Y SE LAMENTA DE NO HABER PODIDO AYUDARLES A DARSE CUENTA
DEL ERROR QUE COMETIERON. “Padre, perdónalos, no saben lo que hacen” (Lucas 23,
34).
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