Por Félix R.
Guerrero- Si creemos que la guerra es la ruptura del equilibrio entre la razón
y la infamia masiva contra la sociedad de los humanos y su entorno, no cabe la
menor duda: nos han declarado la guerra. Aquí nos han declarado la guerra a
todos: a los árboles, a las quebradas, a los pájaros, a las nubes, al silencio,
a la dignidad, a la humildad, a la alegría de vivir, a la historia de los
pueblos.
–¡Silencio!
Yo soy quien pone agrio el vino y seca los frutos. Yo mato los sarmientos si
quieren dar uvas y los reverdezco si deben alimentar el fuego. Tengo horror de
vuestras sencillas alegrías. Tengo horror de este país, en el que se pretende
ser libre sin ser rico. Tengo las prisiones, los verdugos, la fuerza, la
sangre. La ciudad será arrasada y sobre sus escombros la historia agonizará al
fin en el hermoso silencio de las sociedades perfectas. Silencio, pues, o lo
aplasto todo.
Albert
Camus, de La peste
Si
creemos que la guerra es la ruptura del equilibrio entre la razón y la infamia
masiva contra la sociedad de los humanos y su entorno, no cabe la menor duda:
nos han declarado la guerra. Aquí nos han declarado la guerra a todos: a los
árboles, a las quebradas, a los pájaros, a las nubes, al silencio, a la
dignidad, a la humildad, a la alegría de vivir, a la historia de los pueblos.
No
usan misiles, ni gases letales ni infantería ni cañones: usan de armas más
sofisticadas y efectivas. Se sirven del engaño y de la obsecuencia. A simple
vista estas parecen armas totalmente inofensivas, sin embargo destruyen a quien
apuntan, a quien las manejas y al que da las órdenes del ataque. El efecto es
espantoso.
Cualquier
sociedad que sobrevive de la destrucción total de una guerra convencional, se
fortalece en sus heroicos despojos de resistencia y se construye nuevamente.
Pero cuando el enemigo ha destruido su moral, sus instituciones, su
rebeldía, su participación ciudadana
comprometida y su historia, hay que prepararse para lo peor: la total
desesperanza.
Esto
que digo, pasa aquí, en la Costa. Las Instituciones del Estado y las Instituciones
civiles han sido reducidas a ventanillas serviles al poder político. Ninguna
posee autonomía ni capacidad de gestión, mucho menos de reacción. Los niños y
los jóvenes caminan estupefactos sin saber qué hacer, donde ir, que modelo
seguir.
Algunos
pensarán que Lilita queda un poroto en cuanto a declaraciones apocalípticas,
que la demencia y las fiebres pesimistas han hecho presa de mis menguados
sesos, o que los libros de caballerías y otras insignificancias han dado fin a
mi razón, pero el consuelo de tonto me dicta al oído que en todo caso somos
unos cuantos los que vemos y pensamos así (y que cada vez somos más, agrega
esperanzador).
Algún
día, paciente escriba, el Concejo Deliberante deliberará libremente con
independencia del Ejecutivo, los ministerios creerán más en sí mismos que en
los empresarios truchos, las sapem serán declaradas estafas al erario público e
irán presas junto a sus mentores (si antes no se disfrazan de sociedades
anónimas o viceversa), y los deportistas no cargarán a sus espaldas el nombre
de su amo y los gobernantes dejarán de ser señores feudales del siglo XXI.
Pero
todo eso, señoras y señores, no vendrá solo. Habrá que incendiar al cielo si es
preciso, como dice el trovador errante.-
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