Por
el Lic. Carlos E. Brizuela - La importancia que tienen
los árboles ha sido destacada en la literatura y en la cultura de los pueblos.
La leyenda del ceibo, del cardón o de otros ejemplares de la flora nativa
americana evidencia la estrecha relación entre las personas y la naturaleza, y
la forma de comprender la vida. Sin embargo, en nuestra provincia esta relación
parece romperse y desgajarse cada vez más, y la irracionalidad obra para
quitarle aquella significación.
En Los Llanos riojanos, como en los valles, montañas y
desiertos, el árbol conserva una notable significación para la supervivencia:
leña o carbón, horcón o tirante, mojón o sostén, guarida o sombra, conforma la
base en la construcción de la identidad de un pueblo.
Arbolar es una necesidad en la planificación urbana, pero
es antes que nada una decisión por nuestro bienestar.
La Organización Mundial de la Salud establece que debe
existir un promedio de 10 a 12 metros cuadrados de espacio verde público por
habitante, y muchas ciudades de Argentina tienen déficits en el arbolado; la
ciudad de Rosario es la única que cumple estos estándares. La ciudad de La
Rioja, con 190 mil habitantes necesita aproximadamente 2.280.000 m2 de espacio
verde (arbolado) en condiciones sanitarias adecuadas para capturar CO2 y
brindar oxígeno.
Muchos organismos internacionales, incluida la UNESCO,
organizaciones sociales, municipios, promueven el arbolado y la forestación
para, por ejemplo, atenuar los efectos del cambio climático (un bosque puede
capturar 2,5 tn de CO2 y liberar 6,67 tn de O2 por hectárea/año).
En la ciudad de La Rioja se puede observar, desde hace
varios años, una acción negativa hacia el arbolado urbano. Cualquier ciudadano
se da cuenta que los espacios verdes (parques y plazas) no tienen ningún tipo
de cuidado (fitosanitario, riego, nutrientes); que el arbolado en calles y
avenidas es casi inexistente (de hecho, se han eliminado – a pesar de las
normas que disponen lo contrario – las tazas en las veredas); que el arbolado
no existe en la planificación territorial urbana (los nuevos barrios carecen de
arbolado a pesar de las disposiciones de la “recomposición ambiental”); que no
existe en la gestión pública la vinculación arbolado/salud y bienestar (por
consiguiente, plantar árboles queda sujeto a la “voluntad” de cada vecino).
A ello se suma la deficiencia en la poda, la escasa
conservación de especies autóctonas y la ausencia de iniciativas de generar,
por ejemplo, “reservas urbanas” que permitan la producción de oxígeno y la
disminución de la temperatura que necesitamos para vivir.
Funciones
de los árboles
“Un árbol bien cuidado producirá más oxígeno que un árbol
debilitado por ataque de plagas y enfermedades”.
Entre otras funciones del arbolado tenemos:
La rehidratación de la atmósfera: los árboles (y todas
las plantas) transpiran, por lo que entregan vapor de agua a la atmósfera a
través de los estomas. Por otra parte, el agua de lluvia retenida por las copas
de los árboles se evapora y puede representar un 20 % del volumen de las
precipitaciones.
Refrescamiento del aire: Las plantas toman del aire el
calor necesario para llevar el agua del estado líquido al gaseoso y así
evaporarlo al aire mediante la transpiración. Esto puede llegar a disminuir 6ºC
la temperatura ambiental en una zona cubierta por la vegetación.
Intercepción de la radiación solar: Los árboles
interceptan la radiación solar en cantidades que dependen del tipo de copa y
follaje.
Fijan y enriquecen el suelo. Frenan la erosión e impiden
los desplazamientos.
Son refugio y hábitat de otras especies (pájaros,
insectos, otros animales, etc.).
Proveen esencias utilizadas en medicina, preparación de
comidas, ritos, etc. Proporcionan belleza a nuestro hábitat.
Proveen madera para las estructuras edilicias.
Contribuyen a la salud de los seres vivos reteniendo en
sus hojas y follaje elementos químicos y minerales del polvo. Así es que cada
año un árbol adulto captura 60 mg de cadmio, 140 mg de cloro, 820 mg de niquel,
5.800 mg de plomo. Si quemamos esas ramas y hojas estamos liberando nuevamente
estos elementos y contaminando el aire que respiramos.
Es la mejor respuesta, junto con la utilización de
energías renovables, al cambio climático, por cuanto un árbol maduro puede
absorber CO2 a un ritmo de 21,7 kg por año; media hectárea de árboles captura
anualmente la cantidad de CO2 que produce un automóvil al recorrer 40.000 km.
Y lo más importante: un árbol, durante 50 años genera
3.100.000 de pesos de oxígeno; recicla agua por otros 3.750.000 pesos. Además,
controla la erosión del suelo, fertiliza y da refugio a la fauna por valor de
12.500.000 pesos, aproximadamente.
Cuando tale o mutile un árbol, recuerde en el perjuicio
ambiental, social y económico que provoca.
Nuestros
árboles
En La Rioja, cuyas ecoregiones son el Chaco árido, Valles
y Bolsones, Puna y Altos Andes, contamos con tres especies características de
las mismas: el algarrobo (Prosopis alba – Prosopis nigra), el quebracho
(Schinopsis balanceaes) se encuentra en la categoría de especie “amenazada”, y
el cardón (Echinopsis atacamensis), las cuales se hallan protegidas por leyes
específicas. A ello se suman una variedad de especies de arbustos muy
apreciados, como la tusca, el mistol, la tala, la brea, el chañar, la retama,
etc.
El algarrobo aún se sigue llamando “el árbol” en muchos
pueblos del interior, por la multiplicidad de beneficios que ofrece a la
población: energía (leña), muebles, soporte de edificios, alimentos, forraje,
etc.
Observar el desolador paisaje de los algarrobales talados
en Villa Mazán conmueve por la degradación que ha ocasionado, y la modificación
negativa en el ecosistema de la zona.
Educar
para reconocer y valorar los árboles
En la escuela podemos desarrollar distintas iniciativas
cuya finalidad es la de reconocer y valorar los árboles y las funciones que
cumplen en el sostenimiento de la vida. Actividades de reconocimiento de flora
autóctona, de especies protegidas, en cercanías de ciudad puede ser una.
Integrar, a partir de árboles/arboleda/foresta, los componentes de un
ecosistema puede ser otra, donde, cabe destacar podemos enseñar todos los
espacios.
Desde la perspectiva ambiental, es muy fructífero enseñar
servicios que brinda la naturaleza, y en particular nuestras especies
protegidas. A ello puede agregarse el aporte que hacen en la captura de CO2, y
con ello incursionamos en conocimientos sobre el calentamiento global y la
acción antropogénica, con nuestros modos de “consumir” sin criterios de
sostenibilidad.
Foto:
Álamos en Aminga de Pablo Andrada
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