Al emprender un viaje no siempre son imprescindibles las grandes distancias ni la puesta en escena a caminos tortuosos llenos de peligros y acechanzas, sino el descubrimiento azorado, la excitación ante lo imprevisto, el encanto de aquellas cosas que siempre estuvieron al frente de nuestros ojos y no se nos manifestaron con toda la fuerza de su jerarquía o simplemente las mirábamos con ojos mundanos…
Sin duda los pueblos de La Costa revisten en ciertos momentos complejas sensaciones muy difíciles de explicar sin recurrir a elementos capaces de traspasar ese carácter mundano con el que tranqueamos diariamente la vida. Para estos casos existe la poesía, para sacudirnos de la modorra cotidiana, de aquellos antifaces mundanos con que la costumbre nos viste todas las mañanas.
El poeta caminaba a mi lado silencioso mientras subíamos por una calle solitaria, e igualmente silenciosa. Quizás dialogaban, la calle y el poeta, en un lenguaje desconocido e inaudible para mí, pero participaba de algún modo, de ese reconocimiento y encuentro mutuo entre poesía y naturaleza. Los álamos, nogales y viscos, desnudos y sin falsos pudores, nos dejaban ver alguna casa sin niños ni perros, metida finca adentro, quizás abandonada en el ayer….
También se puede creer que el destino puso en esa tarde templada a dos hombres, nada más que para demostrar que el silencio es la mejor arma contra la estupidez, que es amigo de los hombres, que uno simplemente puede participar del misterio escondido en cada curva sin precipitarse, hasta que la campana de la iglesia se imponga en el aire cansado del crepúsculo. Se puede caminar así por los callejones de Los Molinos y decir: yo estuve en La Costa, y un olor a humo perdido en las esquinas me puso melancólico.
Justamente, la encantación y la emoción encontradas en el corazón entrañable de Los Molinos, nos siguieron pegados a los talones hasta la iglesia centenaria y tranquila donde campana y armonio aguardan, para tañer y soplar música, el día ya próximo, de la fiesta de su patrona, la virgen del Perpetuo Socorro.
Y ya en la íntima plaza del agraciado pueblo, nos tropezamos con los dientes-muelas de Los Molinos. Estas piedras redondas y gastadas de moler granos de trigo, hoy muelen esperanzas y nostalgias por los que se han ido.
Con alegria,asombro y una mezcla de sano orgullo de molinense-no molinista-descubro esta nota y felicito a quien tuvo la feliz idea de hacerlo e invito a descurir los encantos de mi pueblo a otras personas...
ResponderEliminarMe gusta la nota.quien la escribe? otra cosa:el gentilicio es molinenses, no molinistos (suena despectivo)y me alegra que hayan disfrutado el paisaje de Los Molinos,que siempre invita a volver...
ResponderEliminarCon gran asombro deescubri esta nota que realmente me encanto desde niño conozco este precioso pueblo, pertenezco a una de las mas antiguas y tradicionales familias de alli, yo soy tucumano y mi madre es nacida en este lugar, tengo preciosos recuerdos de mi infancia transcurridos alli, paisajes, sonidos, aromas...un lugar con mucha historia que en estos ultimos años se valoro realmente, el pueblo esta hermoso, limpio, aggiornado para el turismo...simplemente gracias por esta nota preciosa
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