Por Félix R. Guerrero
“Ábreme, oh hermana mía, compañera mía, inculpable mía.
Porque mi cabeza está llena de rocío y mis guedejas de las gotas de la noche”
La canción viene de lejos, de todos los tiempos, de todos los lugares: La canción es todas las canciones, en todos los idiomas. Cuenta historias de mujeres y de hombres; trae reminiscencias de valles perdidos, de nostalgias, de anhelos, de amores y desamores. Trae además el lamento de los pueblos que sufren....
Es posible que la melodía precediera a la poesía. Quizás la cadencia invitó a hablar al cuerpo, y del cuerpo y el habla brotó jubilosa la poesía.
Hace cerca de seiscientos años antes de Cristo, en los valles de Judea, fueron escritos estos versos que se atribuyen al rey Salomón, aunque bien pudieron ser escritos con anterioridad por pastores, a la sazón primitivos bardos. El cautiverio hebreo en babilonia dio lugar a gestación de la cultura hebraica por influencia de los adoradores de Marduk.
Hace tantos años, había llegado, en las altas horas de la noche, un estimulado amante, a las puertas de su amada, e inspirado por su amor y la profundidad de la noche, dijo estas palabras del Cantar de los cantares que fueron recogidas por la Biblia de los cristianos:
“Ábreme, oh hermana mía, compañera mía, paloma mía, inculpable mía.
Porque mi cabeza está llena de rocío, y mis guedejas de las gotas de la noche”.
Pasaron los años y en la primera década del siglo XIX, nació en Orihuela, España, un pastor del seno de una familia humilde, que desde muy pequeño, fue su corazón herido por el “Rayo que no cesa”, es decir, se hizo poeta.
Este tierno poeta cantaba el sufrimiento de su pueblo oprimido y otras emociones del alma. Estalló la guerra civil española, y el régimen fascista de F. Franco lo apresó y destinó a morir en la cárcel. Pero su poesía se hizo canción y llego hasta nuestras tierras. Dijo de él Pablo Neruda:
“No tenía Miguel la luz cenital del Sur como los poetas rectilíneos de Andalucía sino una luz de tierra, de mañana pedregosa, luz espesa de panal despertando. Con esta materia dura como el oro, viva como la sangre, trazó su poesía duradera. ¡Y éste fue el hombre que aquel momento de España desterró a la sombra! ¡Nos toca ahora y siempre sacarlo de su cárcel mortal, iluminarlo con su valentía y su martirio, enseñarlo como ejemplo de corazón purísimo! ¡Darle la luz! ¡Dársela a golpes de recuerdo, a paletadas de claridad que lo revelen, arcángel de una gloria terrestre que cayó en la noche armado con la espada de la luz!”
Pasaron otros años, y en Aminga, La Rioja, don Rosendo Chumbita trabajaba con sus burros acarreando uva para la bodega del pueblo. Un vecino suyo, vio flotando la poesía en la cadencia del trote asnal y la hizo canción.
Acaso un inspirado lector, acceda a trazar una gloriosa analogía entre estas tres vertientes de la canción.-
FELIX R. GUERRERO
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