Muchos no nos explicamos cómo hacen algunas personas para conservar el optimismo y las ganas de vivir en un mundo cada vez más inhóspito y desagradable. Pero al parecer el milagro surge de los rincones más inesperados y casi imposibles.
Un niño, casi adolescente, sale a la calle porque ya empieza a adolecer de horizontes, de amores reales o imaginarios.
Sale en busca, en definitiva, de eso que los mayores llaman felicidad. Traspone las puertas de su casa y mira a las gentes, a las cosas a los paisajes con otra mirada. Una mirada ávida de experiencias nuevas.
Noviembre del 2010 se cocina al calor del sol asfixiante, y se cuece sin agua. Sin agua de lluvias, que no llegan a la Costa riojana y probablemente a ningún pueblo de esta región del Noroeste argentino.
Mira sus calles y se da cuenta que le están faltando. Algo como el DNI del pueblo. Cae en cuenta de que casi no se ven burros. Vuelve a mirar y cae en cuenta que los costeños se comieron a casi todos los burros, que es como devorar una parte de la tradición. Será por eso que casi nadie se acordó del “día de la tradición”.
También se da cuenta de que los de Anillaco no comen locro, a pesar de la fama de “locreros”, que le obsequiaron los otros pueblos costeños. Tampoco en Aminga se ven suficientes negros como para justificar el mote de “negro amingueño”. Para colmo los muchachos de allí buscan novias por internet y las amingueñas dialogan por celular aunque estén distantes tan solo de una cuadra.
Parece que la tradición se arrinconó en el Centro de Animación Socio Cultural de los Molinos.
Sigue andando y mirando el novel curioso. Observa que los que cobran bien cobrado para tejer su porvenir, tiraron las agujas al olvido y parece que quieren llevarse a la Municipalidad para sus casas. Los empleados municipales anotan sus horas en una bomba de tiempo para acordarse de que existen.
Las fiestas de fin de año pintan mal, Dicen que el kilo de asado costará ochenta pesos. Forzosamente habrá que consumir comidas sin calorías tales como papas y acelgas hervidas, contradiciendo la costumbre venida del hemisferio del Norte que manda comer muchas calorías aunque transpiremos gotas gordas.
Desolado el chango, a pesar de la abundancia de sol, vuelve a su casa. Transpone en sentido inverso el umbral y llega a la cocina, y allí encuentra a su abuela que está muy concentrada y seria pelando papas. La mira con esa mirada nueva y aun sin porvenir. Lo invade una mezcla de consuelo y alegría, y sin previo aviso, le da un sonoro beso en la frente. ¿Qué le pasa “mijo”? dice entre extrañada y feliz. El humilde recinto se llena de luz azul y de golondrinas.
El muchacho abre una ventana y mira las ásperas montañas del Este. –Después de todo, todavía no nos han envenenado con uranio, dice.
La vieja mujer entiende cada vez menos, pero ha sido contagiada de las ganas de vivir del muchacho.-
Por Félix Guerrero
Excelente poder de síntesis en este "cuadro costumbrista" local....
ResponderEliminarSilvia Meyer